El Nuevo Capitalismo es para los arribistas y vividores, entre otros...

“Cuando se mira el fondo del corazón humano, sólo se encuentran instintos contrarios a la igualdad”. “Hay que ver el azar desde la misma óptica con que el católico ve la gracia santificante”. “Todo el arte del amor consiste en suministrar pretextos”. “El preclaro señor Chesterfield, en sus últimas cartas a su hijo, tuvo la precaución de recomendarle las faldas como la academia por excelencia para un hombre de su condición”.

El autor de estas insólitas afirmaciones fue un francés del siglo XIX que pasaba dos años en la cárcel por haber publicado un libro contra Napoleón III. Maurice Joly, tal vez para hacerse más soportables sus días de trena, escribió este otro libro sobre “El arte de medrar, un manual del trepador”. La prisión, evidentemente, no podía rehabilitar a ese satírico visceral dotado de inteligencia meridiana ni mucho menos rescatarlo para la buena sociedad de aquellos años tan turbulentos, al menos, como los de hoy, pero ayudará a quienes lo practiquen a coronar con éxito la torre de todos los pecados capitales.

Pero el abogado Joly se halla en las antípodas de querer servirnos de mediador de la sabiduría que imparten escuela y universidades. Su ciencia es otra, porque “lo que se lee en los libros no es generalmente lo que hay que aprender.” La Ciencia de la vida no se encuentra en los libros, ni siquiera en la memoria de nadie. Bien deseable sería, según él, una sistematización bien encadenada de “las verdades morales que atañen al arte de la existencia”; pero poco posible, porque los que más experiencia tienen o no tienen tiempo para escribir, o no saben, o no quieren.

Así que, a falta de una cátedra del arte de medrar con cargo al Ministerio de Educación de turno, sólo son posibles unos desordenados y jugosos apuntes que bien pudieran haber tomado al dictado de la propia vida, en los años postreros de su existencia, un Gil Blas, un Lazarillo de Tormes o aquel otro pícaro del Buscón, de Quevedo, o el de Baltasar Gracián, que nos ofrece consejos que tienen que ver con la necesidad de ser más pragmáticos en según que situaciones, selectivos y excluyentes a la hora de elegir nuestros amigos, hacer de la conversación un arte para manejar y conseguir lo que sea de los demás, aprender a controlar los excesos en las pasiones (no perder los papeles, vaya), contar con buenos colaboradores para lograr nuestros propósitos, saber hacerse el sordo ante las provocaciones o a quien nos contradice, "actuar siempre como si no nos vieran", intentando siempre no llamar nunca la atención, etc.

Y es que la vida sobre la que quiere hacer ciencia Joly está vista desde abajo: desde la calle, el corro vecinal, el zaguán y la antesala que da a la mansión de los señores. Aquí la ciencia de la vida se considera “en sus relaciones con los intereses privados, lo que crudamente se llama el arte de medrar”, un código que no por no escrito han dejado de saber y practicar muchos hombres de Estado, de las finanzas, del poder mundano o espiritual de este mundo.

Poder y dinero

Con lucidez profética, Maurice Joly expone en “El arte de medrar” que sólo los intrigantes y los hipócritas encuentran un camino seguro hacia el éxito. En una sociedad en constante estado de guerra no gana el más fuerte, sino el que mejor sabe sortear las dificultades. Para Joly, algunas características negativas pueden obrar verdaderos milagros y, para ello, basta con poseer una adecuada dosis de mediocridad. A partir de esta premisa, Maurice Joly pasa revista a los distintos aspectos de la vida política, social y cultural de la sociedad de su tiempo, perfectamente extrapolables a nuestros días.

Por ejemplo: llama la atención cómo el autor alerta sobre el omnímodo poder de la prensa, la representación teatral que es muchas veces el parlamentarismo –en realidad, nada importa lo que el pueblo vote o decida, porque todo está pactado y decidido de antemano en los pasillos– o cómo una adecuada gestión de los asuntos del corazón puede llevar a una persona a obtener un reconocimiento social que no se apoya en mérito o capacidad alguna. “La ambición es generalmente la pasión por conseguir que se hable de uno, elevar la propia personalidad por encima del común de los hombres y utilizarlos para sus fines; es también la necesidad de disponer de mucho dinero, de poseer casas, fincas, carruajes, amantes de toda condición y numerosos criados”.

Por las cualidades de ingenio y carácter que una pasión tan fuerte como la ambición supone, parecería que debiera estar reservada a una minoría de hombres realmente superiores. Ocurre lo contrario. Los más ambiciosos son los más mediocres, y por tanto son también los más activos. No hay nada más curioso. Podemos imaginar la fortuna como una mujer hermosa rodeada de pretendientes; los eunucos son los que más la desean, y son los eunucos los que la consiguen”.

La prensa puede ahora elegir a las celebridades de la vida culta, rosa, erudita o simplemente glamurosa. ¿Y qué más puede hacer la prensa? “Algo muy sencillo, puede callarse.” Una losa de silencio pesa tanto como un pedestal de mármol. La prensa sale hoy “como el sol de cada día a iluminar la tierra” de notoriedad y sus tributarios científicos, literatos, artistas, políticos, tienden “las manos suplicantes para obtener su brizna de reseña.” Un periódico en Francia, dice Joly, es “un ministerio”. Su poder le ha hecho contraer a la prensa “algunos de los defectos de que adolecen las majestades.”

El periodismo genuino tiene a la verdad como contundente arma de lucha y a la denuncia pública como un antídoto efectivo contra la impunidad. El periodismo de trinchera no tiene más herramientas que la fidelidad a esas ganas de vivir intensamente recorriendo el mundo sin hacerse paltas y sin presumir de esa sensualidad pervertida de vivir de los poderosos. Es un periodismo amable que también sabe sonreír y compartir con todos los mortales el gusto y regusto por la belleza de las acciones nobles, la buena música y la vida honesta. Es un periodismo sin treguas en su búsqueda insaciable de verdad. Es un periodismo crocante como el pan de la mañana. Un periodismo en donde la credibilidad es un brote legítimo y no hija putativa.

Tampoco los políticos se libran de la quema. Como escribe Jon Kenneth Galbraith “Nada es tan admirable en la política como tener poca memoria”. Los episodios de desmemoria se suman uno tras otro, en su vida, porque mantienen una complicidad astuta con quienes mañana disfrutarán la golosina empalagosa del poder. La adhesión a una causa, tiene tres tipos de componentes: lógicos, éticos y emocionales. Lo que Aristóteles en su Retórica denomina: logos, ethos y pathos, que no son otra cosa que la sustancia de la credibilidad de un político. La credibilidad suma: honestidad, carácter y buena voluntad. Honestidad es la limpieza en la trayectoria humana. El carácter es el sello personal y la firmeza en las decisiones. La buena voluntad es un afán de servicio desinteresado. Factores que se refuerzan con la personalidad e imagen propias.

Joly sostiene que el futuro gobernante no sólo debe ser un consagrado falsario y mentiroso, sino que debe saber pronunciar sus mentiras de tal modo que tengan la patética apariencia de creíbles para lo que necesitan la cooperación de periodistas sin criterio y dispuestos a vender el alma al diablo. Así se cocinan a fuego lento las promesas electorales y los propios intereses de algunos medios de comunicación, despojados de neutralidad, cuya familiaridad con algunos candidatos, más tarde, tiene precio.

Son, como decía Jonathan Swift, “hombres escobas”, que por dinero colocan su cabeza ahí donde deberían estar los talones. Lo peor de todo, viven arrastrándose como serpientes por el mundo. El colmo es que con todas sus faltas se rasgan las vestiduras en defensa de la verdad y la moral. Para sorprender, algunas veces, sacan a la luz ocultas corrupciones ajenas pero, cuando no, participan de las mismas cochinadas que pretenden barrer. ¿Les suena todo este discurso a la reciente "desmemoria" de muchos políticos en torno al féretro de Adolf Suárez?.

Poder político

“Todo poder –escribía recientemente el periodista Miguel Ángel Aguilar–genera un magnetismo que atrae merodeadores y descuideros, especializados en facilitar la vida de quienes se encuentran en la cúspide, abstraídos en afanes de servicio público y sin tiempo de atender los propios asuntos domésticos cotidianos”. Porque los titulares del poder tienen hijos que escolarizar, parientes que colocar. Necesitan encontrar una residencia donde pasar las vacaciones, deben preparar la vivienda que les acoja cuando dejen sus responsabilidades y hayan de abandonar sus residencias oficiales y así sucesivamente. Además, los reglamentos administrativos con los que se manejan los fondos públicos son muy estrictos y las urgencias se compadecen mal con los plazos y condiciones exigidos. Esa es la brecha por la que se introducen los especialistas en resolver.

Exhiben la cercanía del poderoso para sus negocios y se ofrecen como vía rápida de acceso a los mismos. Por eso, alrededor de todos los presidentes del Gobierno, de las autonomías, de los alcaldes, de los cardenales del sacro colegio, de los obispos o de los presidentes de los clubes de fútbol, pululan esta clase de especialistas a los que se piden resultados sin entrar casi nunca en detalles sobre los procedimientos. Estos activistas, fuera del organigrama de las Administraciones, de la jerarquía eclesiástica o de las sociedades deportivas, aparecen revestidos del desinterés pero enseguida buscan compensaciones interesadas. Exhiben la cercanía del poderoso para agilizar sus negocios y se ofrecen como vía rápida de acceso a los mismos. Esta peculiar dinámica en absoluto es exclusiva de una coloración política o teológica, crece por todas partes y todos se la tendrían que hacer mirar.

Su descripción puede consultarse en dos libros básicos: "El arte de medrar. Manual del trepador", de Maurice Joly (Galaxia Gutenberg, 2002) y "Diccionario razonado de vicios, pecados y enfermedades morales", de Jorge Vigil Rubio (Alianza Editorial, 1999). Escribe Joly que se tiende a creer que los cargos encumbrados dependen de grandes talentos, lo mismo que se atribuyen grandes causas a los acontecimientos y que un pueblo que no tuviese esa ilusión sería ingobernable. Pero, enseguida, añade que es sencillamente imposible y contra natura que el mérito personal desempeñe un papel siquiera secundario en los conflictos de la ambición y que salta a la vista de cualquiera que es la ley de las simpatías y no la de las capacidades lo que hace que los hombres se presten o se nieguen ayuda. Sostiene que los hombres que necesitan a los demás sólo tienen un medio de utilizarlos para su interés: gustarles. Esto basta, escribe, para explicar en todas las latitudes y en todas las épocas el éxito de la mediocridad.

Por su parte, Vigil Rubio nos pone en guardia frente a los ineptos entusiastas a los que considera como gente muy peligrosa. Esta gente sabe que avergonzarse de su inmoralidad es un peldaño en la escalera a cuyo final se avergonzarían también de su moralidad y por eso se resisten a dejarse invadir por la propia vergüenza y prefieren afiliarse al cinismo. Son hombres que conocen bien el arte de abandonar las causas perdidas, como ahora se está poniendo de manifiesto de manera espectacular.

Muchas estaciones anteriores a ésta en la que nos encontramos, de la mano de Correa y Bárcenas, o los artífices de los EREs, alguien debería haber reparado en el inexplicable tren de vida de estos golfos apandadores, émulos aventajados de los protagonistas de las historias del Pato Donald. Les hubiera bastado para ello atender algunas recomendaciones elementales como las incluidas en la Cartilla del Guardia Civil fechada el 20 de diciembre de 1845, cuyo artículo 23 señala a los guardias que “para llenar cumplidamente su deber, procurarán conocer muy a fondo y tener anotados los nombres de aquellas personas que por su modo de vivir holgazán, por presentarse con lujo, sin que se les conozcan bienes de fortuna, y por sus vicios, causen sospecha en las poblaciones”. Claro que quienes cumplen ahora con la anterior definición, en lugar de infundir sospechas, suscitan admiración y reciben reverencia pública, son los famosos. Gente de reputación.

La vieja reputación

En tiempos ya lejanos, la reputación se hacía en los salones, “por un público selecto que formaba un verdadero areópago para las cosas del arte”. También una aristocracia culta y exquisita sabía degustar el talento y, tras su aprobación, sus consagrados pasaban directamente a gozar de la veneración pública: músicos, poetas, artistas de pinceles o buril. Los recién llegados se pasean por los salones de las madame de Guermantes de turno recibiendo el despectivo mote de “parvenu(e)”. La aristocracia de sangre y la vieja burguesía ociosa observan, no sin desprecio a la nueva clase, cuyo dinero no se pierde en la noche de los tiempos y huele a industria y trabajo.

Hacia principio del siglo XX con el advenimiento del cine, parte de esta prensa que seguía los vericuetos y devaneos de la "high life" comenzó a volcarse al nuevo fenómeno que acaparaba la fantasía colectiva: las estrellas cinematográficas y radiales. Con igual interés al aplicado al seguimiento de matrimonios, nacimientos, hábitos y costumbres de la oligarquía dio comienzo en el imaginario burgués el "sueño por delegación" del éxito de actores, actrices y cantantes, miembros en su mayoría de la clase de los "voyeurs". Surgidos de estas filas de "observadores", los nuevos recién llegados adquieren para el imaginario colectivo características de mito: Rodolfo Valentino, Manuel Benítez "El Cordobés", La "Bella" Otero y tantos más que provenientes de hogares humildes se elevan de su clase por mérito de su esfuerzo personal, codeándose y transformándose en objeto de admiración y culto, sin olvidar sus raíces a las que cada tanto regresan y rinden homenaje en forma de caridad pública, haciendo gala de ese aristocrático "spleen" y esa falta de asombro que tan bien describió Truman Capote.

La nueva y la vieja aristocracia se "dejan ver" en los lugares de moda, en las playas y fiestas adecuadas, en las correspondientes galas benéficas demostrando en la ostentación del ocio su indiferencia al dinero. La literatura de princesas tristes en la cual "todo le sucedía a los marqueses y los condeses" y la reseña de las notas sociales del siglo XIX que se constituyeron en el vehículo por el cual la clase media participaba de estos acontecimientos se ha transformado hoy en modelos mediáticos: televisión, internet, radio, revistas, prensa del corazón.

“Ese gran jurado del arte ha desaparecido desde la Revolución”, y ahora es el periodismo el sustituto de los salones y los periodistas los que se arrogan la antigua función de los cortesanos. Los chicos de la prensa tienen ahora las coronas de laurel para encasquetar sobre las testas talentosas. “La fama ya no existe fuera de la prensa.”

Made in Spain

Nuestro arribista español deriva del francés “arriviste” y del latín ripa, ribera. Arribista es aquél que ha cruzado la orilla de su clase y ha arribado a la orilla anhelada, la del ascenso social o, en su defecto, bracea incansablemente para conseguirlo. Se dice, pues, de la persona que trata de escalar a cargos y posiciones sociales relevantes, o llegar al poder pronto y por cualquier medio.

En los tiempos que corremos, el arribista o trepa es una persona que progresa en la vida, pero sin ningun escrupulo, sin importarle atropellar a quien se ponga en su camino. “El arribismo, más que una enfermedad, es un rasgo de personalidad, que en buena medida está asociado a la situación económica, y tiene perfecta relación con la clase media”, explica el sicólogo Marcelo Urra. Todo lo cual provoca, por cierto, serios conflictos en las personas que experimentan esta característica, por cuanto viven en permanente frustración por estar en un nivel que no les corresponde. Además, comienzan a ser rechazados por sus iguales –compañeros, familiares o amigos– sin considerar que no siempre van a ser aceptados por el nivel superior al que aspiran. El arribismo hace perder la identidad y oculta las raíces de las personas. Cuando la gente tiene más acceso al dinero no trata de ayudar a sus pares, sino que se esfuerza por parecerse lo mejor posible a quienes desea imitar.

Su rasgo definitorio es que intentan ascender sin importarles cómo y barriendo con todos los obstáculos que se encuentran de por medio. Una versión de Dr. Jekyll o Mr. Hyde, adaptando su discurso y conductas según quien tenga delante.

Suelen presentarse como el más fiel, leal, dócil, incluso servil, seguidor del dirigente o jefe al que se arriman para trepar. Se pegan a él como una lapa para esperar su oportunidad. Mientras otros miembros del grupo cercano al dirigente muestran sus discrepancias, le objetan en algún punto, lo que caracteriza al arribista es su extrema prudencia. Y su capacidad de adular...a los poderosos. Huye de los débiles, de los que carecen de poder, dinero o prestigio social.

Cuando está ya mejor situado en la organización comienza a utilizar sus armas de la auto propaganda, el marketing personal (saber venderse), y no se arredra en levantar calumnias bien distribuidas y calculadas para eliminar o desprestigiar a sus competidores o enfrentarlos entre sí. Hay que decir, que usar esas armas no le produce ningún tipo de revulsivo moral. Se trata de buscar su interés personal y para este tipo de psicópatas, eso lo justifica todo.

Una vez que estos psicópatas alcanzan una posición de poder en una organización se van convirtiendo en una amenaza tremenda para ella, ya que si es un arribista de "pura cepa", hará todo por acumular el mayor poder posible en sus manos. Irá prescindiendo de sus ex compañeros, para irlos sustituyendo por personas que le deban todo a él. De manera, que el camino de su ascensión va siempre cubierto de los cadáveres de sus antiguos compañeros.

El filósofo Ernesto Sábato condena en su libro La resistencia a aquellos que, viendo cómo su vecino se enriquece por corrupción y actos ilícitos, se cruzan de brazos y legitiman la muerte silenciosa que representan estas fortunas malhabidas. “Al final, esta indiferencia causa que la corrupción e impunidad se instalen en la sociedad como parte de una realidad a la que nos debemos acostumbrar”.

Arribar en un país semicolonial, y arribar en uno globalizado. El estatus que da el color del pelo, de la piel, el apellido, el colegio, la fe, la plata, el club, la tienda, la calle, el barrio, el número de teléfono, el tono de voz, la marca del auto; el estatus que dan los amigos, los conocidos, el peluquero, la costurera, el banquetero, el lugar de vacaciones, el decorador. Símbolos de pertenencia que marcan distancias y fronteras más o menos insalvables, vallas que se mueven a velocidades geológicas, y que sólo a veces enfrentan sacudones más significativos.

En el plano del talento, el estudio y el esfuerzo, ellos jamás podrían consolidarse; usan el descrédito, la calumnia y la conspiración como ejercicio constante contra las virtudes del prójimo... Hay "arribistas trepadores" porque que en todo proceso de cambio, hay una confrontación prolongada entre los sujetos de la sociedad naciente y los de la sociedad moribunda, y por consiguiente no existe revolución "químicamente pura". El resentimiento social y la ambición de poder los conduce a la mediocridad, la perversión, la traición y la adulancia.

Ambición, dinero, fama

Si Maurice Joly editara su propio glosario, la ambición –una de las expresiones naturales de la fuerza moral– se definiría así: “Es la pasión por conseguir elevar la propia personalidad por encima del común de los hombres y utilizarlos para sus fines: fama, poder, posesiones, dinero, amantes y criados”.

De lo que está convencido es de que la teoría general de la “comedia humana” es el arte de medrar y que su obra es un bosquejo para el futuro en ese proyecto. Cuando se realice este trabajo teórico completo, entonces ya sí “tendremos un código perfecto de la moral tal como existe y como vemos que la practican los hombres de Estado, los financieros, los sectarios y otros fanfarrones contemporáneos”.

“Si uno no llena el reino de bustos, retratos al óleo, grabados, aguafuertes, frescos, tapices, mosaicos, esmaltes sobre hierro, madera, laca y bitumen, desaparece de la memoria de los pueblos.” Aquí se habla de los muy famosos, de quien se dice aquello “que lograron fama imperecedera”, como los olivos centenarios de hoja perenne, no sujetos a la veleidad estacional. Pero, aun tratándose de ellos, habría que preguntarse “si por ventura no ha intervenido en algo el arte de medrar”. Desde luego, en los tiempos más modernos cabe duda de que el éxito, la fama y la notoriedad dependan del público. En lo de la admiración –que es el suelo sobre el que se levanta la fama– “el papel del público es el del coro del coro antiguo: repite.”

El arte de la vida exige saberse las reglas del juego de la política, el del amor, el de la fortuna y el de la fama. Y nunca es seguro; ya se decía al principio que al azar hay que verlo “desde la misma óptica con que el católico ve la gracia santificante”; para saber jugar hay que contar con él, porque “ganar es estar en la corriente de las oportunidades propicias”. ¿No son supersticiosos los amantes, los jugadores de la ruleta, los políticos, los más altos financieros? ¿Existe la buena estrella? César, cuando subió a la barca en medio de la tempestad, le dijo al piloto: “No temas, llevas a César y a su fortuna.”

La dominación está basada más bien en los vicios de los hombres que en sus cualidades. “Simula, dissimula, nulli fide, omnia lauda” (simula siempre, no seas totalmente fiel a nadie, agasájalos a todos), fueron las últimas palabras, el consejo con que pagaba una vida de valimiento, de Mazarino a su rey Luis XIV, antes de morir. Y la sabiduría socarrona de Cromwell:” La astucia y el engaño dan de vivir la mitad del año y la astucia y el engaño dan de vivir la otra mitad.” El hombre hábil debe tener incluso el instinto de la rata cuando se avecina el naufragio y saber elegir el momento más oportuno para “cambiar de chaqueta.”

Existe todo tipo de nociones sobre la naturaleza humana que es bueno utilizar para conseguir otros fines, pero que son falsas al 99 por ciento. Por ejemplo: “El mérito es el medio más seguro para ascender”. “Hace falta capacidad para ocupar cargos”. “La opinión pública gobierna el mundo”. “Los hombres públicos tienen fe en lo que dicen”. “El mundo lo gobiernan las ideas. “No se puede ser ignorante y necio cuando se escribe un libro”.

Entre las primeras reglas de esta diplomacia personal, elimínese uno de los más importantes axiomas clásicos: la máxima minimis non curat praetor (el prohombre no debe cuidarse de minucias). Al contrario, el arte de medrar “consiste mucho más en las cosas pequeñas que en las grandes.” Pero las cosas pequeñas minuciosamente alineadas, porque el resorte secreto es lo que los funcionarios llaman, con justificada veneración, el procedimiento.

Muchos de ellos no son ejemplo de nada. Pero ése no es el problema. Al contrario, eso va con los tiempos en los que triunfan tantos villanos.

1.- Conocer el corazón humano resulta básico. “Cuando se mira al fondo de corazón humano –escribe Jolly– sólo se encuentran instintos contrarios a la igualdad: orgullo, envidia, egoismo, pasión por gozar y por dominar”. Porque, cuidado, “el orden externo que vemos sólo es aparente. En realidad, lo que se agita en el fondo de la vida social es la guerra”, un estado donde la ley sólo regula “las condiciones del combate y las armas que está permitido usar.”

2.- Con quien uno se va a topar, ya se sabe: alguien imperfecto, dentro del catálogo muy reducido de la caracteriología humana. Cualquier matón con experiencia lo sabe. “Un hombre con unidad en el carácter y en las ideas es como un caballo sin tara o una mujer sin defectos: algo imposible de encontrar.” Este es el material con el que trabajará el trepador.

3.- “Cuando no se nace de buena estrella y cuando las oportunidades tardan en presentarse, por hábil que uno sea en el juego, tiene que construir su fortuna con muchísima lentitud.” El trepador necesita alguien que invierta en él, por lo que hay que hallar los aliados idóneos en la turba de los indiferentes e inútiles para ese cometido. En la búsqueda del valedor, se debe ser consciente de ciertas reglas: Primera : “Un protector al que no se ha logrado conquistar, acaba convirtiéndose generalmente en un enemigo.” Segunda : “Quien no hace progresos en el favor de su protector, retrocede”. Tercera “La gente sólo os protege mientras supone que aún sois nuevo o joven.” Corolario: Los auxiliares son “gentes subalternas, influencias intermediarias que facilitan la acción de los agentes superiores.”

4.- “La táctica del juego que llamamos amor es la demostración final del arte de medrar. Una de las reglas anteriores, por ejemplo, la técnica de la línea curva para unir dos puntos, es más evidente en el caso del otro sexo: “el horror que sienten las mujeres por la línea recta es lo que hace que el amor sea un juego, un arte.” Y sobre la necesidad de diplomacia que tiene el trepador:”Todo el arte del amor consiste en suministrar pretextos. El autor se pone claramente del lado de los hombres y del braguetazo. Desde ahí se mira a los “hombres considerados como medios” y a “las mujeres consideradas como fin.” Uno más, entre los apetecidos por la “fuerza moral” y la “ambición” masculinas; un sexo “con el que tan dulce le resulta al trepador triunfar.” Aunque en este cometido el medrador Maurice Joly duda:”A pesar del arte, el amor siempre devuelve al hombre a su naturaleza. Y, entonces, ¡al diablo la táctica!” ¿Tenía el autor, Maurice Joly, una amante que le leía las pruebas antes de entregar los originales al editor?

5.- Pero, además, cuando se habla de gentes y de sus cualidades y talentos, aténganse a esos dos principios:

  • Uno: “Que la mediocridad es lo más ventajoso cuando de inteligencia se trata.”
  • Dos: “ Que muchas cualidades son defectos y que muchos defectos o vicios son cualidades.”
  • Tres: “La gente con pocas ideas está menos expuesta al error y sigue más de cerca lo que hace.” Lo saben en las oficinas de colocación: contratar a un doctor universitario para barrer conlleva muchos más riesgos. ¡Cuidado, entonces, con los talentos! Porque “es la ley de las simpatías y no la de las capacidades lo que hace que los hombres se presten o se nieguen ayuda.” Sirve más darle a la húmeda y las minucias que citas de Salomón. “La charlatanería es la mitad del arte de medrar” y “hay defectos que obran maravillas.”

¿Es un usted trepa?

Características. Su personaje es de armas tomar, arribista pretencioso, calculador, materialista y mide sus éxitos a través de los logros materiales. Estas características lo transforman en un arribista extremo, que satura a quienes le rodean, mientras él está convencido que actúa bien.

¿Clasifica a las personas en función de su patrimonio? ¿Anhela poseer una cabellera rubia? ¿Desea llevar apellidos que lleven guiones o al menos suenen como extranjeros? ¿Ha intentado alguna vez buscar la genealogía de su apellido? ¿Desea poseer un bolso de Luis Vuitton, aunque sea falso? ¿Desea obsesivamente poseer un coche caro? ¿Prefiere seleccionar a sus amigos de acuerdo a los beneficios sociales que les aporta? ¿Le gusta catar vinos caros, aunque no tenga idea qué es lo que bebe? ¿Se compra ropa de marca aunque no le quede bien? ¿Le prohíbe a sus hijos juntarse con niños de un estrato social inferior al suyo?

“Todo en la vida es cuestión de dinero”. Lo bueno está ahí para disfrutarlo, si es que se puede pagar. Esos mismos gustos que demuestran un espíritu refinado que regala al cuerpo con lo mejor, evidencian arribismo cuando no es el agrado del alma lo que buscan, sino ingresar desesperadamente y a cualquier costo en un grupo social.

Relojes Cartier o Boucheron, corbatas o pañuelos de seda natural, joyas de oro blanco de preferencia y algunas piedras semipreciosas, el cuero cuero en carteras y ropa de buena confeccion, nada como un rico té Dilmah o alguna mezcla con flores del Tibet, o de preferencia te negro, un rico chocolate Valrhona o un buen vino de autor.

Gustavo Suárez describía un identificador de ‘arribistas’, un listado de conductas de esos personajes que han podido conseguir algo de dinero y ahora se obsesionan por pertenecer a los altos círculos sociales e intelectuales sin tener mérito alguno distinto a su capacidad económica. Siempre están a la última moda, sin importar que se les vea mal. Compran los accesorios más costosos, de las mejores marcas, aunque no les gusten. Son usuarios frecuente para la pareja y para sí mismos- de liposucciones, inyecciones de botox, arreglo de párpados, etc. Tratan de volverse amigo de miembros de familias aristocráticas. Envían a los hijos a estudiar al exterior, no importa que vayan a centros académicos de inferior calidad a los de España. Intentan conectarse con políticos de alto vuelo, para poder decir, “estuve almorzando con fulano de tal” empleando su primer nombre. Están convencidos de que el dinero sí puede comprar distinción. Van a esquiar en la nieve a Europa o Estados Unidos -así se mueran de frío, de jartera o de susto para poder contar que hicieron ese plan.

Leen solamente biografías de los grandes empresarios. Solo van a restaurantes a mirar gente y a ser vistos, la comida no les interesa. Escudriñan con cuidado el ‘pedigree’ de los novio (a)s de sus hijos, para que solo salgan -y eventualmente se casen con gente ‘bien’. Hacen todo lo posible por salir con frecuencia en las páginas de las revistas sociales, al lado de personajes famosos. Buscan mujeres guapas y jóvenes preferiblemente de pueblo creen que son más fáciles de manejar -y ellas buscan un empresario rico que les garantice lujos y comodidades el resto de su vida. En sus bibliotecas lucen libros de gran formato, porque decoran mejor, en vez de libros de los grandes autores. Viajan en primera para que todo el mundo vea que no son iguales a los demás. Tienen chofer y coche blindado, y hasta escoltas, como símbolos de status. Y se sientan en el asiento de atrás, nunca en el al lado del conductor, a pesar de que se marean menos ahí. En sus casas obligan a las empleadas a usar uniforme y a decirle Señora a la mujer y Doctor al señor. Esconden que ellos o sus padres y abuelos vienen de pueblos. Rastrean sus árboles genealógicos en búsqueda infructuosa de algún pariente así sea lejano, que se haya distinguido por algo. Tratan de ‘mejorar la raza’ mezclando su piel oscura con la tez blanca de su pareja, y/o su corta estatura con alguien alto, y/o su gordura con alguien delgado, o con un extranjero que aporte al menos un apellido raro.

Sociedad del espectáculo

Esta película de Guy E. Debord, se basa en su libro de 1967 del mismo título, en las que se transmiten las ideas sobre el capitalismo de consumo, del modo de producción y los efectos sobre la vida cotidiana.

En 221 párrafos clasificados en nueve capítulos, Debord traza el desarrollo de una sociedad moderna en la que “Todo lo que una vez fue vivido directamente se ha convertido en una mera representación”. Debord argumenta que la historia de la vida social se puede entender como “la declinación de ser en tener, y de tener en simplemente parecer”. El espectáculo es la imagen invertida de la sociedad en la cual las relaciones entre mercancías han suplantado relaciones entre la gente, en quienes la identificación pasiva con el espectáculo suplanta actividad genuina. “El espectáculo no es una colección de imágenes”, Debord escribe, “en cambio, es una relación social entre la gente que es mediada por imágenes”.

Describía, por primera vez, a nuestra sociedad postrada --a través de la TV, el video, hoy Internet-- ante esas imágenes, como en otros siglos en otras sociedades otros hombres lo hacían ante los ídolos. Se trataba de una desesperada expresión de deseos: ya estábamos inmersos en una sociedad del espectáculo, en la cual todos los hechos --desde la sexualidad hasta el crimen, pasando por la política, la religión y el deporte-- son susceptibles de ser trasladados a un lenguaje televisivo dirigido a una platea al mismo tiempo íntima --por lo hogareña-- y global.

Pero en esta sociedad del espectáculo, las cámaras están en todas partes, hasta en los celulares. Y es muy difícil sustraerse a ellas. La cámara oculta devela secretos --en general, nada limpios-- que el poder pugna por guardar. El lado bueno de tanto espectáculo en continuado es que allí donde hay una cámara la barbarie retrocede. La sociedad del espectáculo también requiere del espectáculo del poder. Y en eso resulta mucho más poderosa que el poder mismo.

Mundo mediático

¿Interesa a la sociedad todo este circo mediático? Más de lo que se cree.

El problema de hoy en día radica en el poco interés por parte de la mayoría de los profesionales en dignificar este sector de la prensa. Se dan por buenos testimonios de seres anónimos que son capaces de vender a su madre por cuatro euros y muchos periodistas ( si no son otra cosa) no dudan en hacer montajes sin ningún tipo de pudor.

Los que verdaderamente podrían aportar algo hablando de su vida privada ya no se atreven a decir ni 'mu'. El miedo a que se especule y se mienta es tan grande que nadie medianamente decente sale a contar su vida y obra por la televisión a no ser que sepa que lo van a proteger.

Se nos vende el día a día de los famosos como noticia. Cualquier acto es reseñable y ocupa muchos minutos de pantalla. En vez de aprovechar estos actos para entrar en temas más profundos y de debate social, nos quedamos ahí, en lo vulgar y en lo anecdótico. Existe un hartazgo de informaciones banales, así que ¿conseguiremos un periodismo del corazón con más corazón? Berlusconi fue el introductor en Europa de la política como espectáculo mediático, y el espectáculo incluye (porque forma parte del género) la trola sistemática. Una vez puesto en marcha el mecanismo, ya no hay quien lo pare. Todo es culebrón, todo es farsa, todo es mentira.

El problema de hoy en día radica en el poco interés por parte de la mayoría de los profesionales en dignificar este sector de la prensa. Se dan por buenos testimonios de seres anónimos que son capaces de vender a su madre por cuatro euros y muchos periodistas ( si no son otra cosa) no dudan en hacer montajes sin ningún tipo de pudor.

Los que verdaderamente podrían aportar algo hablando de su vida privada ya no se atreven a decir ni 'mu'. El miedo a que se especule y se mienta es tan grande que nadie medianamente decente sale a contar su vida y obra por la televisión a no ser que sepa que lo van a proteger. Se nos vende el día a día de los famosos como noticia. Cualquier acto es reseñable y ocupa muchos minutos de pantalla.

En vez de aprovechar estos actos para entrar en temas más profundos y de debate social, nos quedamos ahí, en lo vulgar y en lo anecdótico. Formatos como el de 'La noria' están intentando cambiar este panorama y entremezclan entrevistas de corazón con temas de actualidad y la gente está recibiéndolo con buena gana. Existe un hartazgo de informaciones banales, así que ¿conseguiremos un periodismo del corazón con más corazón?

Coda final

Nada más acorde con estos infames tiempos que vivimos que esta coplilla desarrollada sobre un refrán muy antiguo, seguramente de origen más clerical que popular; ya lo comenta el valdepeñero Jerónimo Martín Caro y Cejudo; glosado decenas de veces, en ocasiones por poetas cancioneriles del XV y hasta por el mismo Lope de Vega, las dos versiones más comunes son éstas:

“La ciencia más acabada/es que el hombre en gracia acabe,/pues al fin de la jornada,/aquél que se salva, sabe,/y el que no, no sabe nada”.

“En esta vida emprestada/do bien obrar es la llave/aquel que se salva sabe/el otro no sabe nada”.

...infames e ignominiosos tiempos...

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