JOÃO LOURENÇO, EL NUEVO PRESIDENTE DE ANGOLA, MIRA AL FUTURO SIN PERDER DE VISTA EL PASADO

Desde su independencia en 1975, Angola solo ha conocido dos presidentes, ambos del MPLA, Agostinho Neto (1975-79) y Eduardo Dos Santos (1979-2017); el tercero es el ex ministro de Defensa, que en agosto consiguió el 61% de los votos. Es el peor resultado de su partido, que ha ido perdiendo fuerza a medida que mejora la transparencia electoral (81% en 2008; 71% en 2012).

Con más de los dos tercios de la cámara (147 sobre 220 escaños), Lourenço va a tener absoluta libertad parlamentaria, aunque no libertad política. El nuevo presidente cuelga de los dedos de Dos Santos. Fue el hombre designado hace un año para sucederle; una nominación sorpresa, pues el patriarca Dos Santos ni se decantó por su mano derecha en el Gobierno, el vicepresidente Manuel Domingo Vicente ni por su hija predilecta, Isabel. En previsión de ruido de sables, Dos Santos decidió confiar el poder a su ministro de Defensa, un discreto, para unos, bronco, para otros, militar de 63 años de edad.

Estudió en la Academia Lenin, pero de revolucionario le queda poco. El nuevo presidente de Angola, João Lourenço, promete más economía de mercado. Es el sucesor de Eduardo Dos Santos, que ha dirigido el país con mano de hierro durante 38 años. Tras ganar las elecciones por mayoría absoluta el pasado 23 de agosto, Lourenço anuncia que combatirá la corrupción, una arriesgada promesa que va a chocar con los intereses de la familia Dos Santos y su corte de generales.

Hijo de enfermero y de costurera, Lourenço participó en la guerra de la independencia de 1974. Ejerció de comisario político del partido hasta que en 1978 se fue a Moscú a estudiar Ciencias de la Historia en la Academia Superior de Lenin. En el 82 regresó a Angola, donde siguió luchando, esta vez en la guerra civil que duró 27 años. En ese tiempo fue escalando posiciones en el Ejército y en el MPLA: gobernador en varias regiones, presidente del grupo parlamentario, vicepresidente del partido, general de tres estrellas y ministro de Defensa. El nuevo presidente del país tiene galones para controlar a “los generales”, otra cosa es controlar a “la familia”.

Lourenço es padre de seis hijos, todos de la misma mujer, Ana Afonso Dias, también diputada del MPLA, exministra de Planificación y directiva del Banco Mundial hasta el año pasado. Quizás por ello, -y para evitarse malos rollos-, el nuevo líder del país dispone de cajero automático en casa. También es accionista del Banco Sol y uno de los mayores terratenientes del país. Según el opositor Rafael Marques, Lourenço ha hecho fortuna vendiendo sus propiedades, reales o ficticias, a su propio Ministerio de Defensa.

Es el mismo hombre que promete combatir la corrupción (según Transparency, Angola ocupa el 164º lugar entre 176 países). “En el MPLA reconocemos que la corrupción es de las mayores lacras que sufre nuestra sociedad. Aunque sabemos que va a ser difícil, vamos a intentar alcanzar niveles, por así decirlo, aceptables en términos internacionales”, ha declarado a la Agencia EFE a la semana de ganar las elecciones.

Amante del fútbol y el kárate, discreto en modales y parco en palabras, Lourenço ha esperado a obtener el 61% de los votos para decir lo que va a hacer: consolidar y respetar la economía de mercado, privatizar empresas estatales y atraer inversión extranjera. Para ello, deberá garantizar la estabilidad legal, pues con la crisis del petróleo el Gobierno dejó de pagar a los trabajadores extranjeros.

El nuevo presidente se define reformista, más a lo Deng Xiaoping que a lo Gorbachov, es decir, capitalismo sin romper estructuras del Estado, sean las que sean. En un país donde el 60% de la población aguanta con menos de dos dólares al día, los angoleños van a empezar a convivir con dos presidentes, el nuevo, Lourenço, y, sobre su cabeza, el emérito, Dos Santos, que va a seguir dirigiendo el MPLA y nombrando los mandos del Ejército, de la Policía y del Servicio Secreto. Las reformas de João Lourenço van a estar bajo vigilancia.

Dos Santos, a segundo plano

En un país bajo una plutocracia familiar, Dos Santos se va , pero se queda. Uno de sus nueve hijos, José Filomeno, preside el Fondo Soberano; su primogénita Isabel, la mujer más rica de África, dirige Sonangol, la petrolífera estatal de donde sale el 93% de las exportaciones, pues el resto son diamantes, también controlados por el clan. El tiempo dirá si Lourenço es un reformador continuista o pondrá freno a los negocios de “la familia” en bancos, telecos, medios, consumo, electricidad, cerveza, agua y tecnología.

Dos Santos deja el país convertido en la cuarta economía subsahariana por Producto Interior Bruto y un destino mucho más apetecible como destino estable para la inversión que la primera (Nigeria) y la tercera (Sudán), compitiendo con aquella por el primer puesto como productor petrolífero de África. Tiene además el segundo ejército del continente, tan solo por detrás de Argelia, lo que le ha permitido jugar un papel importante en varias misiones militares regionales, de los dos Congos a la República Centroafricana, y le ayudó a lograr un asiento no permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU desde enero de 2015. Aunque no todo son luces: su excesiva dependencia de los hidrocarburos -el petróleo supone el 98% de sus exportaciones, según un informe de la consultora Euler Hermes- ha provocado que la caída de los precios del crudo haya tenido un efecto devastador en el país. A medio plazo, esto podría acabar pasándole factura al Gobierno.

Además, la riqueza no se ha repartido de forma homogénea, y según The Economist, la mayoría de los angoleños siguen sin tener acceso a agua corriente. También proliferan las acusaciones de corrupción: según el Índice de Transparencia Internacional, que mide la percepción de los ciudadanos sobre la corrupción en su propio país, Angola está en el puesto 164 de un total de 176 países, en el mismo puesto del ranking que Eritrea, inmediatamente por debajo del Congo, Chad, Haití o Burundi, y ligeramente mejor que Irak, Afganistán, Libia o Sudán. Las desigualdades no han hecho sino exacerbarse a raíz de la crisis petrolera: tan sólo en 2016, la inflación bordeó el 45%, y la divisa local, el kwanza, perdió el 20% de su valor.

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