PONGAMOS QUE HABLO…, DE MADRID

Hay decenas de canciones dedicadas a Madrid, de todos los géneros y de todos los estilos, clásicas, tradicionales, modernas, instrumentales y vocales, pero si hay algún estilo que retrata y refleja lo que es y significa Madrid, es el de los cantautores y entre todos ellos, destacar a Joaquín Sabina.

No ha necesitado nacer en la capital para considerarse madrileño de adopción y reflejar en sus textos y en sus músicas el amor por esta ciudad acogedora en la que nadie se siente forastero y en el que todos somos muy bien acogidos sin preguntar por nuestra procedencia.

Cuando Joaquín Sabina canta a Madrid, retrata con maestría y poesía canalla, el espíritu de esta ciudad invivible, pero insustituible como él mismo afirma y nos transmite esa emoción y ese sentimiento a través de recursos más propios de la poesía que de la canción, creando versos inolvidables y buscando siempre “un adjetivo inspirado y posesivo que te arañe el corazón”.

Sus canciones sobre Madrid son tan buenas que expresan en menos de tres minutos, con su letra y su música, lo que otros necesitarían decir con muchas páginas y por supuesto, sin despertar esos sentimientos que este clásico del verso y el acorde transmite, especialmente cuando canta en vivo y en directo, guitarra en mano.

Vamos a centrarnos en cuatro canciones sobre Madrid, de sonora y cálida cercanía y con una profundidad que emociona y engancha. La primera, por méritos propios es, “Pongamos que hablo de Madrid”, uno de los himnos de la capital de España que Sabina grabó por primera vez en el disco “Malas compañías” en 1980 y que ha sido versionada por muchos otros intérpretes, la más conocida es la del malogrado Antonio Flores en versión rockera.

Su amor por Madrid le ha hecho cambiar su última estrofa primitiva que decía: “Cuando la muerte venga a visitarme, / que me lleven al sur donde nací,/ aquí no queda sitio para nadie, / pongamos que hablo de Madrid” y sustituirla por la actual: “Cuando la muerte venga a visitarme, / no me despiertes, déjame dormir, / aquí he vivido, aquí quiero quedarme, / pongamos que hablo de Madrid”.

La segunda sería “A la sombra de un león”, con la Cibeles como protagonista, en la que se cuenta la historia de amor entre el interno dieciséis escapado de Ciempozuelos y la emblemática estatua. Algunos otros nombres del paisaje urbano del centro madrileño también van apareciendo a lo largo de la canción como Doña Manolita, la popular administración de lotería, el Corte Inglés o el Banco Central.

“Peces de ciudad”, es la tercera canción, que comienza con un sueño y termina con un desencanto; en esta ocasión va a tocar Madrid tangencialmente ya que termina con la opción de regresar al mismo lugar de partida que es siempre Madrid: “Cuando en vuelo regular, pisé el cielo de Madrid, me esperaba una recién casada que no se acordaba de mí”.

Un denominador común a estos dos títulos citados es compartirlos con otra amiga y compañera de fatigas musicales como Ana Belén cuyas versiones de estas canciones son espléndidas y de lo mejor de su repertorio. Dos regalos impagables para esta intérprete que siempre le ha agradecido.

La cuarta y última es otra clásica en la trayectoria musical de Sabina: “Yo me bajo en Atocha”, cuya letra brilla con luz propia y no necesitaría música para disfrutarla plenamente, pero hay que ser sincero y decir que cuando una buena letra se junta con una buena música, no suman valores sino que los multiplican.

Sabina es poesía en la música, creando ambientes en sus canciones sobre Madrid que las hace nuestras porque reflejan nuestros sentimientos y esa parte canalla que todos tenemos, aunque la ocultemos, y que nos gustaría expresar con esa profundidad que su lírica posee y nos engancha.

Termino con la última estrofa de “Yo me bajo en Atocha” que refleja a la perfección que tras conocer diferentes ciudades, siempre se regresa a Madrid….

He llorado en Venecia, me he perdido en Manhattan,
he crecido en La Habana, he sido un paria en París,
México me atormenta, Buenos Aires me mata,
pero siempre hay un tren que desemboca en Madrid,
pero siempre hay un niño que envejece en Madrid,
pero siempre hay un coche que derrapa en Madrid,
pero siempre hay un fuego que se enciende en Madrid,
pero siempre hay un barco que naufraga en Madrid,
pero siempre hay un sueño que despierta en Madrid,
pero siempre hay un vuelo de regreso a Madrid.

Estas canciones reflejan un amor incondicional por Madrid con su voz rota, esa voz que se ha ido quebrando con los años y con la mala vida hasta convertirse en su seña de identidad y en su “huella sonora dactilar”, inconfundible, personal, intransferible, una voz que no es buena para muchos críticos, pero es que Sabina nunca ha vendido voz, sino que ha vendido estilo.

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