DECÍAMOS AYER...
“Nada es nuevo: todo es habitual y de escasa duración”. Consuela acudir a los clásicos en tiempos de duda y tribulación, sobre todo quiennos recuerda la fugacidad de la vida es Marco Aurelio, padre del Cómodo popular en el cine por la película Gladiator, y el último de los llamados “Cinco Buenos Emperadores”, tercero de los emperadores de origen hispano, considerado como una de las figuras más representativas de la filosofía estoica. “La perfección moral tiene esto: pasar cada día como el último, no sufrir convulsiones, no estar entorpecido, no ser falso”, escribía en sus “Meditaciones”. Jaime Gil de Biedma lo reflejaría siglos más tarde en este famoso poema de su libro “De vita beata”: “En un viejo país ineficiente, algo así como España entre dos guerras civiles, en un pueblo junto al mar, poseer una casa y poca hacienda y memoria ninguna. No leer, no sufrir, no escribir, no pagar cuentas, y vivir como un noble arruinado entre las ruinas de mi inteligencia”.
Salvador de Madariaga aseguraba que este país se suele volverse loco un par de veces por siglo. Estamos en 2016 y ya van dos veces pero, a lo que se ve, no hemos agotado el cupo. Jacinto Miquelarena, un soberbio escritor del siglo XX español, corresponsal en Londres y París de ABC, decidió en un mal día lanzarse a las vías del metro de París porque un malhadado y bastante estúpido y roñoso –dicho sea de paso– secretario general del periódico se negó a pagarle la factura del traslado de los muebles de su casa. Miquelarena había hecho gracia en España con esta frase que ha quedado para los restos: “¡Qué país, Miquelarena, qué país!”. Muchos años más tarde probablemente proclamaría lo mismo y no refiriéndose precisamente a su penosa peripecia personal, Miquelarena se lanzó al Metro de País con un papel que rezaba: “¡Qué país, Miquelarena!”, hoy, seguiría en el andén y pegaría un letrero que sentenciara poco más o menos así: “¡Me quedo aquí, que os vayan dando, idiotas!”.
La España taruga
Las calles de Madrid están cubiertas estos días de monumentos propagandísticos. También la mayoría de las ciudades españolas. El artista plástico Rogelio López Cuenca lo muestra en la exposición ‘Los bárbaros’, en la que denuncia el clasismo de las élites españolas desde la conquista de América hasta la hostilidad contra los migrantes del siglo XXI.
“Piensa en la estatua del “héroe de Cascorro”, que está al comienzo de El Rastro en Madrid”, afirmaba recientemente en una entrevista. “Se trata de un homenaje al prototipo del fanático suicida, dispuesto a entregar la vida por “su” causa, que a la sazón, además, no era tan suya, sino la de la oligarquía esclavista española e hispanocubana de su tiempo. Ahora vivimos una polémica fuerte sobre la memoria histórica. Hemos tardado casi cuarenta años en desmontar el falso dilema de si queríamos votar al PP o al PSOE. Como dice un amigo, vivíamos en un sistema de bipartido único. Hay que buscar soluciones de largo recorrido, sin prisa, centrándonos en la educación. Hay un ejemplo clarísimo en el centro de La Habana, donde tienen una estatua de Fernando VII, con su pedestal original. La placa le define como “El deseado”, pero cincuenta centímetros por delante han puesto otra placa moderna que le llama “rey felón” y recontextualiza su historia”.
Fernando Savater la define como la España taruga. “Estos tarugos de la gente soberana, por encima de toda norma, dispuestos a hacer su real gana porque si algo va mal ya les salvarán quienes cobran para eso... son el verdadero peligro que amenaza nuestros valores y a las democracias occidentales, no esa nadería del burkini que casi logra ridiculizar al laicismo y la Ilustración de mi vieja maestra, la Francia republicana”. No nos debiera resultar extraño, si atendemos a una reciente encuesta en la que España figura como el tercer país de la UE con mayor proporción de población adulta con nivel educativo bajo, tras Portugal (54,4%) y Malta (52,4%) ocupan los primeros lugares al tener más de la mitad de su población con un nivel educativo bajo. Nuestra población adulta con bajo nivel educativo llegaba al 50,1% en 2007 y se ha reducido a un 43,5% en 2015. La cifra sigue siendo elevada y plantea problemas importantes a la hora de integrar a este colectivo en el mercado laboral y exige medidas urgentes de formación y aprendizaje para la población adulta, pero también una lucha contundente contra el abandono escolar temprano. Italia alcanza un 41,9%, mientras que la cifra baja a un 31,5% en Grecia y en torno al 30% en Luxemburgo y Rumanía. Bélgica, los Países Bajos y Dinamarca también superan el promedio de la UE. Algo por debajo de la media europea están Francia, Chipre e Irlanda. Alemania, Austria y Finlandia se sitúan por encima del 19%, mientras que los países con la menor proporción de población adulta con bajo nivel educativo son todos miembros recientes de la UE. Las tasas más bajas corresponden a Lituania (13,8%) y la República Checa (12,4%).
“Spain is different”
Décadas después de su exaltación franquista, los mitos españoles reviven como recién contados. Varios libros analizan la invención esencialista de esa identidad. Así lo cuenta, en primer lugar, el historiador Xavier Andreu Miralles en “El descubrimiento de España. Mito romántico e identidad nacional”. La de Andreu Miralles es una mirada contemporánea y sofisticada, desde la historia cultural a unas cuestiones recurrentes acerca de quiénes son los españoles, adónde van y si están solos o acompañados.
Miralles dilucida cómo se formó la imagen cultural de España en el romanticismo en diálogo entre los arquetipos románticos de gitanos y flamencas y el costumbrismo interior de verbena y brasero de picón, y cómo esa imagen ha condicionado la vida de los españoles y hasta qué punto persiste hoy. “A pesar de lo que afirma el nacionalismo, la nación española, como el resto de naciones, no es ni eterna ni homogénea, no está dotada de autenticidades esenciales ni es siquiera el producto exclusivo de la voluntad y la imaginación de aquellos que la conforman”, escribe Andreu Miralles, afirmando desde el sentido común lo que es casi un consenso entre especialistas.
En lo que atañe al debate intelectual, España es diferente debido al empeño del franquismo en apropiarse el imaginario nacional, lo que ha provocado que el nacionalismo español se inhiba de la discusión desde 1975. Las castañuelas y los toreros se han asociado, dice Andreu, “a una patria caduca y postiza que para muchos era necesario enterrar, [pero] no han dejado de reinventarse como símbolos de España y de los españoles”. Persiste un nacionalismo intelectual que no renuncia a resignificar y actualizar la mirada que los españoles tienen sobre su país. El último empeño en este sentido se debe al periodista y escritor Ignacio Merino, que en noviembre publicará “Por qué España. Una historia simbólica”, un repaso a toda la historia del país desde el Paleolítico a través de los símbolos, una mirada personal, una recreación de los mitos muy familiares para cualquier aficionado a la historia, de Atapuerca a la Transición, pasando por Sefarad y la Pepa.
Escritores e historiadores siguen discutiendo con esos mitos románticos, como los libros recientes de Álvarez Junco, “Dioses útiles. Naciones y nacionalismos”, donde dedica un amplio apartado a la construcción nacional española. El otro es la reedición actualizada de una obra de 2003 de Juan Pablo Fusi, casi un clásico moderno, “La patria lejana. El nacionalismo en el siglo XX”, con apunte específico para la formación del fascismo español. En ambos títulos se explora lo que se sabe hoy sobre el nacionalismo, como problema y como realidad, como apostilla Fusi. Álvarez Junco lo presenta como un discurso religioso, una fe contra la que hay que prevenirse. Fusi incide en la violencia que engendra y sigue engendrando. Ambas lecturas sirven para recordar lo funesto que es olvidar que la historia es, ante todo, un relato y no una verdad revelada.
Cómo somos y cómo nos ven
En la reciente crisis económica, los países del Norte han vuelto a desenterrar los mitos sobre los países del Sur para achacarles determinadas conductas. Seguimos interpretando el mundo como un mundo de naciones.
Las identidades se construyen siempre en relación con un otro, y la idea de Europa como culmen de la civilización se construye frente a Oriente: si Europa es la tierra de la libertad, Oriente es la del despotismo; si Europa representa a la razón, Oriente es la pasión, lo irracional. Esa es la dinámica que funciona. Lo interesante del caso español, y es lo que fascina a los europeos, es que es un otro interno. Nadie niega que España forme parte de Europa y que tenga un pasado muy vinculado a su historia, pero al mismo tiempo es una zona que mantiene todo lo que caracteriza a las sociedades orientales. Es una zona donde ambos principios se han confundido.
Toros, paella y flamenco. Estas palabras estarán entre las primeras cosas que un extranjero dirá sobre España. Sin embargo, toda la farándula que se crea en torno a la imagen de nuestro país no son más que tópicos inciertos… o quizá no tanto. Tal vez sigamos vestidos de faralaes montados en un corcel antes de echarnos la siesta.
El resto del mundo y, sobre todo nuestros vecinos europeos, suelen percibir muchas diferencias en nuestro modo de vivir; muchas motiv”das por el horario. El diario “The Economist” ha sido el último en subirse al carro de señalar las particularidades españolas en este sentido. Lo cierto es que, como bien apunta, mientras nosotros desayunamos, el resto de europeos ya está trabajando y, poco después de que nosotros volvamos de la comida, ellos ya terminan.
Los extranjeros tienen la imagen del español como ese individuo barrigudo que va del sofá a la fiesta y de la fiesta al sofá. Tirando de tópicos, diremos que a los españoles no nos gusta que profieran tópicos sobre nosotros, aunque nosotros lo hacemos constantemente. La realidad es que esta generalización se hace en todas partes pero, bien entendida, resulta divertida. En nuestro caso, esperemos que cuando los extranjeros nos visiten conozcan algo más de nuestra cultura, aparte de que tenemos la sede oficial del ‘balconing’.
De lo que no cabe duda de que muchos de los tópicos se corresponden con una vergonzosa realidad. A saber:
- Los extranjeros no entienden muchas veces que si alguien ha quedado a las ocho, no se llegue a esa hora. En muchos países, sobre todo en Europa, no solo se citan puntualmente a una hora, sino que es probable que lo que intenten sea llegar cinco minutos antes, para no apurar el tiempo en caso de imprevisto.
- Mientras en otros países se echan a mitad de la jornada una siesta de entre veinte minutos y media hora, la posibilidad de siestas de dos o tres horas, y la creencia de que todos los españoles hacemos eso a diario, les llega a escandalizar. Muchos piensan aún que las jornadas laborales en España, con una o dos horas de descanso para comer están hechas específica y oficialmente para echarse la siesta después del almuerzo.
- Cuántas veces hemos oído eso de: “había mucha gente gritando y pensé ‘son españoles’… Y lo eran”. En el extranjero tenemos fama de hablar en un tono bastante por encima de la media y, lo peor, es que muchas veces somos nosotros mismos los que apelamos a este tópico.
- Los escándalos de corrupción política en nuestro país han dado la vuelta al mundo en las primeras páginas de los periódicos. Triste tópico pero ya popularizado como ‘marca España’.
- Las corridas de toros les parecen algo tan exótico que les resulta chocante, y no pueden evitar especular sobre ello. Muchos piensan que es como el cine para nosotros, que vamos a verlas una vez por semana, y hay incluso quien cree que todos sabemos torear.
- Uno de los tópicos más escuchados es que estamos todo el día de fiesta en fiesta; claro, eso es lo que ven los extranjeros cuando vienen a hacer turismo de borrachera a resorts plagados de…. más extranjeros. Las ferias, los San Fermines, la Semana Santa… Es cierto que contamos con numerosas fiestas populares en nuestro haber, pero, de verdad, también trabajamos, y según las estadísticas, más que los estadounidenses, por ejemplo.
- La costumbre de saludar con dos besos muchas veces choca a los extranjeros. Mientras que en Italia o Francia también existe esa costumbre, en otros sitios simplemente se dan la mano, o ni eso, un simple ‘hola’ basta. Por eso entienden como una expresión de cariño exagerado o, en ocasiones, improcedente que nos lancemos a dar besos por doquier a gente que acabamos de conocer.
- Quizá no seamos los que mejor manejamos los idiomas, de hecho la última estadística de ‘Randstad’ apunta a que el 51% de los trabajadores hablan más de un idioma (la media europea es del 66%), pero muchas veces tenemos un patrio miedo al ridículo. Dan prueba de ello varios testimonios que afirman que alguna vez, los extranjeros les han dicho que nuestro acento hablando inglés es “muy sexy y caliente”.
- Los españoles tenemos fama de utilizar cualquier excusa para hacer una comida con amigos. De algún modo no va desencaminado, aunque ellos quizá piensen que la paella es nuestro plato único y la sangría nuestra bebida favorita.
La Marca de Caín
En 2012 el Gobierno creó la figura del Alto Comisionado del Gobierno para la Marca España, cuya misión era y es promocionar la imagen exterior de nuestro país. ¿Y qué hicimos la mayoría de españoles? Tomárnoslo a guasa. “¿Existe acaso una marca España que no sea la de las playas, los toros y la bebida barata?”, se preguntaron muchos. La realidad es que sí existe, pero no nos lo creemos. Es verdad que la Marca España no defiende siempre los intereses del país, sino los de una parte. Pero no se trata de criticar el modelo, sino de que revierta equitativamente en el conjunto de la sociedad. Es difícil estar orgulloso de un país en el que uno de cada cuatro ciudadanos no tiene trabajo, pero es necesario recordar que, con crisis o sin ella, el español medio tiene una imagen de su país que no se corresponde con la realidad. Y esta modestia extrema, que casi siempre se torna en vergüenza hacía un país que es bastante mejor de lo que creemos, se contagia al resto del mundo, que no acaba de tomarnos en serio.
El principal problema que tiene España es que no ha sido capaz de crear un modelo de estado integrador. Al contrario, el modelo ha sido devaluado sistematicamente por unos politicos nefastos. Los españoles no hemos sido capaces de sintetizar y metabolizar unos valores positivos que nos enorgullezcan como pueblo y nos hagan cooperar para mejorar nuestra sociedad sobre esos valores. Sobre todo en los momentos de crisis.
Somos un pueblo inmaduro y asi nos ven en Europa: poco competentes, bastante corruptos, pero simpáticos y muy divertidos. A fin de cuentas, un país a medio consolidar y un pueblo inmaduro.
Comida inigualable, vino exelente,la gente cortés, mujeres hermosas, ciudades seguras, infraestructuras eficaces, cultura exquisita...Tópicos que son verdades y que tendríamos que defender como cosa propia, sin esa vena cainita que nos invade. “Es preciso, pues, plantarse ante estas cosas con benevolencia, y comprender –con Marco Aurelio de nuevo– que cada cual es digno de tanto cuanto se merezcan las cosas por las que se ha afanado”.