Corrupción, maldito tesoro

Sobornos, información privilegiada, tráfico de influencias, financiación irregular, fondo de reptiles subvenciones desorbitadas, ingresos irregulares, donaciones opacas, morosidad indefinida y otros capítulos catalogados en el apartado de picarescas varias. La corrupción, tan presente en nuestra sociedad y tan encastrada en las reglas del juego de los países civilizados, deteriora no sólo la calidad de vida de las personas en todo el mundo. También nos degrada y nos humilla como seres humanos.

Corrupciones en general información privilegiada, puro fraude a incautos accionistas, financiación irregular de partidos, picaresca de despacho de dirección, pelotazos y otras acciones financieras al uso de difícil calificativo casi completan (aquí siempre cabe el todavía más) la amplia zona oscura del modelo capitalista, no siempre contemplada en los manuales, pero insoslayable si se quisiera hacer de la teoría económica una ciencia que no vuele en el espacio infinito a años luz de la más terrestre y prosaica de las realidades: la nuestra.

Según el Barómetro Global de la Corrupción, los ciudadanos ven el mundo anclado, sin mucho remedio, en la corrupción. A la cabeza de la sospecha los partidos políticos. ¡Será manía! Como decía Antonio Garrigues por esos días, lo pasado fue peor y “ahora se pagan impuestos: no porque se tenga más ética, sino porque se ha creado el delito fiscal”. La ONU y los organismos multilaterales predican normas de Buen Gobierno y ¡menos mal! que entró en vigor la nueva Convención de Naciones Unidas contra la Corrupción. El pequeño David armado con su honda tirachinas de esparto, el San Jorge caballero contra el monstruo, Don Quijote a galope hacia los molinos.

La corrupción –y todo ese demás, de arriba– existe. Existe y pulula a cualquier nivel, sin más que no se esté cegato y sordo a su rastro intermitente pero inevitablemente clamoroso, ocupen o no la primera plana de los rotativos o la pantalla televisiva donde los especialistas de la llamada nueva comunicación proyectan su heterogéneo y arbitrario montaje de los sucesos de cada día.

Se podría hasta decir más: que la corrupción, lejos sólo de señalar algún nubarrón denso de paso irregular por el ciclo del sistema económico, marca, como nuestro familiar anticiclón de las Azores en el mapa meteorológico, un frente estable de trazo fijo y persistente, tozudo y bien afincado en todo el meandro de sus líneas isobaras.

El Barón Negro

Recordando una historia ejemplar, nacida ésta en el propio seno de los emporios mediáticos, puede ser la última trayectoria alucinante de Conrad Black, alias Right Honourable Conrad Moffat Black, Baron Black of Crossharbour. El legendario Barón Rojo, heroico e invicto, transmutado en Barón Negro, un pupas y paria social desde que a este segundo y nada ejemplar barón se le quitó la capa napoleónica y resultó que estaba desnudo.

Lord Conrad Black –entró en la exclusiva Cámara de los Lores británica del brazo de su admirada Margaret Thatcher– arrogante, ostentoso, audaz y temerario, persona importante en los círculos empresariales, políticos y sociales (él añadiría: intelectuales) de Manhattan y Londres, fue formalmente acusado en Chicago de robar con otros tres colegas 51.800.000 dólares a Hollinger Internacional, que el propio Black ayudó a crear.

Se trataba, en palabras del procurador federal de Chicago, de un plan para desviar sumas de dinero hacia cuentas propias y malversar fondos a los accionistas. “En parte, la idea fue básicamente estafar a inocentes”, resume Fitzgerald. Lo peor, para él, es que los fraudes en las comunicaciones y el correo electrónico –está reclamado por ambos delitos– tienen hasta 40 años de prisión y multas de hasta dos millones de dólares.

Si las hazañas financieras de Black no son pecata minuta, tampoco dejan de tener un aderezo insólito: la guarnición debida a platos tan suculentos. El barón incluía en los gastos corporativos menudencias tales como bolsos para su esposa de 2.463 dólares, equipo para ejercicios, un maletín de cuero T. Anthony, entradas para la ópera, una vajilla de plata para el avión corporativo de los Black, unos cócteles de verano de 24.950 dólares, una fiesta nocturna para desearle “un feliz cumpleaños a Barbara Amiel – de ella se hablará después– que costó 42.870 dólares ó 90.000 para la reparación del Rolls Royce. ¿Les suena?.Tales eran las ínfulas y el peculiar sentido del decoro ostentado por los Black, con mansiones en Toronto, Nueva York, Londres, Palm Beach y en el Caribe.

La segunda esposa de Conrad Black, Barbara Amiel, periodista y directora de The Spectator, tenía ya una frase célebre en su género: “Desde luego, mis extravagancias no tienen límite”.

En asuntos de amor tampoco parecen haber tenido límite sus entusiasmos, porque se la conocen dos amantes estables, el director de cine George Bloomfield, con quien vivió cinco años, y Lord Weidenfeld, aparte de sus cuatro maridos, el último de ellos Conrad Black, la horma de su zapato parece.

Las temperamentales columnas escritas por Barbara, donde no deja títere con cabeza, siempre que sean cabezas más bien liberales, suelen ser más rentables y menos volubles; en el Chicago Sun-Times, bajo la batuta entonces de su marido Black, cobraba 260.000 dólares anuales.

¿Cómo defenderse y qué estrategia utilizar contra beligerantes como la Corte Federal de Chicago que un día estableció que “el señor Black dirige una Cleptocracia Corporativa, con la apostilla de que Hollinger Internacional es “una entidad en donde la corrupción de la ética era una característica”?

Nada menos que Cleptocracia Corporativa, en términos de la Corte Federal de Chicago. Nuestra Real Academia de la Lengua define cleptomanía como “propensión morbosa al hurto”, por lo que un columnista de ABC dedujo que cleptocracia debía ser algo así como “el gobierno de los ladrones”. No está mal para seguir el tema de la corrupción por algunos más de sus variopintos derroteros señalados al inicio de estas líneas: los pelotazos, la picaresca de despacho, las informaciones privilegiadas, la financiación tapada de los partidos, o –pidiéndole prestadas las palabras al informe de la Corte Federal de Chicago- “el ejercicio del poder donde los hombres hacen suyas las propiedades y/o el dinero del Estado.”

El Gobierno de los ladrones

Otra vía para el recorrido por la feraz selva corrupta es la geográfica. Pero nadie en Sudamérica alzaría las cejas en señal de sorpresa frente al escándalo de corrupción en el que meten los brazos hasta el codo –un vistoso exemplum de esta especie– el ex dictador y ladino Pinochet y su familia. Aquí tampoco el fraude hizo temblar más de lo debido las ínfulas autoconsagradas del militar. Que, por otra parte, no hacía sino seguir la senda nada gloriosa de sus pares Anastasio Somoza, Alfredo Stroessner y Luis García Meza. ¿Y qué cabría decir de otros ilustres de poltrona, como Carlos Menem, Ernesto Samper o de Carlos Salinas de Gortari?.

Siguiendo por la ruta geográfica o poniéndole contrapunto al conservadurismo de derecha del Barón Black se puede llegar a la última comidilla mediática de la corruptela, en este caso especialmente política. El mismo pundonor emblemático de la honra de izquierda, “pobre, pero cabal”, llegó a salpicar en en los recientes escándalos de corrupción denunciados en la gestión empresarial del socialista Luiz Inácio Lula de Silva.

Herencia hispana

¿Productos todos ellos nativos de la natural feracidad americana? Bastaría dar sólo un nombre para ver al poderoso músculo de la corrupción dar, como otra muestra de brote corrupto arrebatado, el salto de continente a continente, y mejor un solo salto más, por no entrar en lo inacabable: Teodoro Obiang, el presidente de Guinea Ecuatorial, en cuyas escuelas se llegaron a leer páginas del pícaro Lazarillo de Tormes, otro dictador vía golpe de Estado, que, desde 1995, ha mantenido en el Banco Riggs, de Washington, capital de Estados Unidos, hasta 60 cuentas personales de él mismo, de su mujer, su hijo, una parentela diversa y ministros de su Gobierno, hasta totalizar un monto de 700 millones de dólares que en la fecha en que se supo –verano de 2004– venían a ser unos 550 millones de euros.

¿Pasamos por Oriente Medio, entre continente y continente? Por ejemplo, el escándalo de corrupción en el programa Petróleo por Alimentos de la ONU para Irak, entre 1996 y 2003, que, tras el informe Volcker, atribula al secretario general de Naciones Unida, Kofi Annan, y puso en evidencia a más de dos mil empresas de 66 países involucradas en sobornos. Francia, Rusia y China puestas a lavar una canasta nueva de trapos sucios, como si ya no tuvieran pocos con los de puro trámite

En una mayoría de países sólo cabe coger con pinzas algún nombre famoso o rocambolesco como muestra. Una vuelta al bombo del globo mundial y sale, por citar el caso más llamativo, un espécimen insigne de un pueblo secularmente enardecido por el trabajo y la honorabilidad: Japón. Yoshiaki Tsutsumi, el hombre más rico del mundo según la revista Forbes en los ochenta y los noventa –se le calculaban, en 1987, 20.000 millones de dólares, controlaba 70 compañías y le obedecían 35.000 empleados– fue condenado el pasado mes de noviembre a cuatro años de libertad vigilada y a pagar una multa de 43.200 dólares. Llamado el Rotschild japonés, Tsutsumi “pidió perdón a todos aquellos a los que hubiera causado problemas” y reconoció todos los delitos financieros imputados, que no eran pocos.

Corrupción a la española

Pero, evidentemente, para algunos tramos de este viaje no se necesitaban alforjas. Sin salir de casa, en este país, con una veintena de líneas casi calcadas de los titulares periodísticos que traen a colación sucesos de esta categoría del trapicheo, la sisa y el pelotazo basta para hacerse una idea y ponerse a tono de vergüenza ajena y propia por lo que a cada uno le toque.

Ladrillos –obras públicas– pero también la financiación de los partidos aparecieron bajo nuestro cielo de secano progresivo como las principales vías de la corrupción. Según otra encuesta –ésta del CIS– la mayoría de los españoles no parecen confiar en instituciones nacionales como los Bancos, la Iglesia, los Sindicatos o –aquí los desconfiados alcanzan un 68,2%– la Televisión. Se salvan la Policía y las Fuerzas Armadas. El Gobierno merece un grado de confianza de un 50%, que tampoco es como para echar las campanas a rebato. Sin quitar que los pufos políticos llevan años salpicando sin remisión.

Nepotismos menores en el nombramiento de tres hermanos –de Maragall, de Carod-Rovira y de Nadal- que sirven a algunos para poner en candelero a las viejas familias canallas, deudas mayores acumuladas por los partidos –la del PSC con la Caixa subía de 14 millones de euros–, un total de donaciones a los partidos políticos calculadas en unos 44.236.750 euros pertenecientes muchas al fondo de reptiles y una cola menor pero alargada sin posible tasación de “subvenciones desorbitadas”, “ingresos irregulares”, “donaciones opacas”, “morosidad indefinida” y otros capítulos catalogados en el apartado de picaresca hispana. Pero, ¿son mejores que nosotros los europeos? Los escándalos de Volkswagen, Daimler Chrysler y Commerzbank que sobrevuelan Alemania, ¿qué? La vida y milagros de Antonio Fazio, alias Tonino, el ex gobernador vitalicio del Banco de Italia, ¿qué? Mejor que el controvertido Tonino disfrute del mar en su pueblo al sur de Roma, Avito, y espere a que la marea de abajo y el pedrisco político de más arriba escampen. Es una solución que sirve a otros.

Black is Black

¿No hay demasiado paralelismo y excesiva intencionalidad, ilógica se supone, en que el Barón Conrad Black le preste su apellido a las tarjetas "black" que usaron, y abusaron, nuestros próceres nacionales?.

Poco a poco se ha ido conociendo el detalle de los 15,5 millones de euros que 86 consejeros de Caja Madrid se fundieron a la salud de una entidad que acabó quebrada y que necesitó de más de 22.400 millones de euros públicos para remontar el vuelo. Los gustos se repiten: restaurantes caros, boutiques de moda de primera, tiendas de electrónica y telefonía, viajes y todo tipo de caprichos para vivir a cuerpo de rey. Hasta peajes y la compra en Mercadona o en los supermercados de El Corte Inglés abonaban con su black.

Rodrigo Rato celebró por todo lo alto la fusión que dio origen a la ruinosa Bankia. De hecho la fiesta duró más que una boda gitana. Justo en esas fechas, entre los días 23 y 26 de febrero de 2011, gastó de su tarjeta black 1.849,23 euros en cuatro pagos consecutivos que aparecen consignados con la referencia "clubs,e salas de fiestas, pubs, discotecas y bares". De Miguel Blesa llama la atención los casi 9.000 euros que se pulió en un solo día en el Hotel Ritz, y 4.000 en informática y telefonía en su último día como presidente. El expresidente de la caja madrileña solía, además, gastar varios miles de euros en vino en el establecimiento Lavinia España Selección, durante la Navidad y otras ocasiones. Blesa también empleó su tarjeta en numerosos viajes y cargó en ella billetes de avión, de tren y pagos en tiendas duty free o en trayecto.

Por su parte, el ex director general de Caja Madrid, Ildefonso Sánchez Barcoj, era muy aficionado a tirar de tarjeta black para sus viajes de asueto y sus estancias en hoteles y balnearios con campo de golf. En alguna ocasión llegó a sacar 11.000 euros en efectivo de una sola vez, y en un solo mes, en enero de 2010, gastó por este medio casi 22.000 euros. Al ex jefe de la Casa Real, Rafael Spottorno, le gustaba vestir bien. Tanto que de una vez se gastó 6.375 euros en la sastrería Yusti, de la que era cliente habitual. En restaurantes se dejó 23.887 euros, y en El Corte Inglés 23.617.

El economista Juan Iranzo, que sigue atrincherado en Red Eléctrica (allí cobra un sueldo anual de 175.000 euros), tenía predilección por la joyería Carlos Jiménez, donde gastó más de 3.000 euros de dos veces. Tampoco hacía ascos a los buenos zapatos: 840 euros se gastó en un día en Lucio Herrezuelo. Y en la cadena de supermercados Hipercor tiene varios cargos, entre ellos uno de 3.000 y otro de 1.200.

Para ser de IU, al ex vicepresidente de la entidad, José Antonio Moral Santín tenía un gusto por el lujo y el dinero fuera de lo común. Claro que 360.000 de los más de 456.000 que se gastó los sacó en efectivo del cajero, así que imposible seguir el rastro. Del resto de extractos hay restaurantes caros -de Zalacaín en adelante- y estancias en paradores.

Las tarjetas VIP de Caja Madrid no eran la única prebenda de que disfrutaban los altos cargos de la entidad al margen de su retribución ordinaria. También recibieron coches de lujo; y no sólo el oficial con chófer que les ponía la entidad, sino otros para su uso particular, según fuentes conocedoras de estas prácticas: hablamos de Mercedes SL y ML, BMW Serie 7, Audi A8... Estos cochazos, que no se incluyen dentro de los gastos de las tarjetas, no fueron para todos los que contaban con una black, sino sólo para los VIP entre los VIP, es decir, la cúpula de la entidad madrileña.

A los "blacks" les gusta el lujo

Con todos estos gastos, no resulta nada extraño que la industria del lujo se mantenga en los niveles más boyantes de su historia. Al menos en territorio nacional. Nada que ver con los países que han atajado esta epidemia con medidas contundentes. Como en China.

La industria del lujo está de capa caída en el macropaís mitad comunista, mitad capitalista.. Marcas como LVMH, que anunció una caída del 5% el primer semestre del año, Kering, que también ha anunciado datos negativos, o Gucci, cuyas ventas durante los seis primeros meses de 2014 cayeron un 1,1%, revelan dificultades en el sector. La causa: la caída de un 2 en ventas al mercado asiático, principalmente China. "El clima no es propicio para comprar marcas de lujo", explican los analistas.

La causa no es otra que el lanzamiento de una campaña anti-corrupción llevada a cabo por el presidente chino Xi Jinping. Ahora, los representantes del Estado chino se lo piensan dos veces antes de mostrar objetos de lujo en público, como bolsos o relojes. A finales de 2012, por ejemplo, circularon por la red social Weibo imágenes de Yuan Zhanting, alcalde de Lanzhou, al norte del país, con relojes de lujo. Algo que le costó su puesto.

La campaña afecta al sector de lujo, pero especialmente a los productos dirigidos al mercado masculino. Es el caso de los relojes de lujo, cuyas ventas cayeron un 11% en 2013 después de un buen año en 2012, cuando crecieron un 12%. No se espera que el sector se recupere hasta 2016. Otro producto que se está resintiendo especialmente es el de las bebidas alcohólicas. Las ventas de cognac en China bajaron un 12% en 2013.

La caída de ventas ha provocado preocupación entre las compañías dedicadas al sector, pero estas ya han adaptado su estrategia: algunas marcas de bebidas alcohólicas ya ofrecen nuevos productos a precios más asequibles, con la intención de atraer a consumidores con menor poder adquisitivo. O con tarjetas de colores menos sospechosas que las blacks.

 

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