...ESTA ESPAÑA MÍA, ESTA ESPAÑA NUESTRA...

Ser español es un azar a menudo desfavorable. “Gallegos, vascos, catalanes...antes que españoles, desconfiad siempre. Suelen ser españoles incompletos, insuficientes, de quienes nada grande puede esperarse”, escribía Antonio Machado. Unamuno decía que “al bloque independentista le pierde la estética, que sólo le preocupa parecer que son coherentes”. "¿España?”, escribía Cernuda. “Un nombre. España ha muerto". Estar dentro duele, frustra. A los portugueses, a los franceses, a italianos o a británicos, la voz es más respetadamente ignorada, pero no atacada. Nadie les desea ningún mal. ¿Qué es preferible, tener un Cervantes o un Quevedo en su historia o pasar a la posteridad por el simple genio de haber inventado el reloj de cuco?

La ligazón emocional con España es lo primero que ha sido atacado por el nacionalismo secesionista. Y se ha hecho despreciando y denostando todos los símbolos que unen a los catalanes con el resto de los españoles. Porque son los símbolos: bandera, himnos etc. lo que mas emoción genera en los ciudadanos. Silbar himnos, despreciar banderas y decir después que, tras todo tipo de insultos, vamos a ser amiguísimos es no sólo despreciar al otro, sino insultar su inteligencia. La conexión emocional de los nacionalistas con otros españoles es nula. “Se habían acostumbrado a escupir sobre el resto de los españoles”, decía el filósofo Félix Ovejero.

La Antiespaña

Regresa la Antiespaña, ese concepto nacionalista excluyente que identifica como antiespañol, es decir, contrario a lo español y enemigo de España, a toda persona, idea o institución, sea española o extranjera, que sea considerada contraria a una particular idea de España: la que la identifica con el catolicismo en su versión más intransigente,​ con una idea mitificada del Imperio español y con un concepto de unidad nacional y territorial, también mitificado a partir de la monarquía de los Reyes Católicos o Monarquía Hispánica.

No conviene confundir en estos momentos el concepto de antiespaña con otros conceptos relacionados: el de leyenda negra antiespañola; con el antiespañolismo propio de algunos nacionalismos periféricos;  con la hispanofobia, sentimiento de aversión hacia lo español;  con un sentimiento opuesto, la hispanofilia; con un campo de conocimiento, el hispanismo; o con el concepto de Hispanidad. "La España desinhibidamente trabucaire se rebela contra el progreso y la libertad". Se usaba también, con un significado equivalente, el término trabucaire, procedente del idioma catalán y referido especialmente al clérigo que se armaba con un trabuco

Vuelve la España de Unamuno, la de la Leyenda Negra, la novela picaresca, que es también un buen reflejo de esta conciencia de la decadencia, como buena parte de la literatura española del siglo XVII. No olvidemos, por supuesto, a Miguel de Cervantes, porque posiblemente nadie como él reflejó la confrontación entre los ideales que representaban el hidalgo Don Quijote y la evidencia de la crisis de la que era un lúcido observador Sancho Panza. Por su parte, Quevedo, que tanto arremetía contra la presunta envidia de los enemigos de España, reflejó con mucha frecuencia, la melancolía y la amargura ante la situación de decadencia española. Su célebre soneto es bien expresivo: “Miré los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes, ya desmoronados...”  

 

Els Segadors…

Estos días hemos actualizado otro capítulo de nuestra leyenda negra. El 7 de junio de 1640 empezaba la revolución catalana con el llamado Corpus de Sangre, una jornada en la que segadores catalanes mataron en Barcelona al virrey Santa Coloma. La presión militar castellana y la propia conciencia de la debilidad catalana llevaron a los líderes de la revuelta a pactar, en enero de 1641, la vinculación de Cataluña a la monarquía francesa de Luis XIII. De hecho, Cataluña permanecería adscrita a la monarquía francesa de 1641 a 1652, en que don Juan José de Austria recuperó Barcelona: “Pensaban enfangarnos, como han hecho a los indios que con buenas palabras los llamaban a su obediencia y después los mataban con una crueldad que ni Diocleciano a los mártires…”.

El dinero, el afán de medrar, el orgullo llevado al límite, la necesidad de buscarse la vida en tiempos difíciles, las opiniones sobre los extranjeros, los prejuicios, el tomarse la justicia por mano propia (o no) y la incultura aparecen continuamente, entre otros hilos universales, en esta historia, como en muchas otras. La paletería hispana se cura leyendo y viajando. El Conde-Duque de Olivares lo resumió mejor que nadie, escribiendo a Santa Coloma tres meses antes del asesinato de éste: “Verdaderamente (…), los catalanes han menester ver más mundo que Cataluña”.

Ese fatídico año sufrimos un revés que trajo años de “espaldas voltadas” con nuestros hermanos portugueses: la independencia de Portugal frente a la Monarquía Hispánica o Restauração da Independência ("restauración de la independencia") se produjo el 1 de diciembre de 1640 mediante la entronización de Juan IV de Portugal de la Casa de Braganza, nueva dinastía reinante en el reino de Portugal en detrimento de la Casa de Austria. La unión ibérica se había mantenido durante 60 años, desde 1580. Actualmente el 1 de diciembre es fiesta nacional portuguesa.

Pero, tras siglos de incuria y dejadez, la mayor parte de los españoles nos hallamos felizmente en las antípodas de querer servirnos de mediador de la sabiduría que imparten escuela y universidades. La ciencia es otra hoy, porque “lo que se lee en los libros no es generalmente lo que hay que aprender.” La Ciencia de la vida no se encuentra en los libros, ni siquiera en la memoria de nadie. Bien deseable sería, según Baltasar Gracián, una sistematización bien encadenada de “las verdades morales que atañen al arte de la existencia”;  pero poco posible, porque los que más experiencia tienen o no tienen tiempo para escribir, o no saben, o no quieren.   

Así que, a falta de una cátedra del arte de medrar con cargo al Ministerio de Educación de turno, sólo son posibles unos desordenados y jugosos apuntes que bien pudieran haber tomado al dictado de la propia vida, en los años postreros de su existencia, un Gil Blas, un Lazarillo de Tormes o aquel otro pícaro  del Buscón, de Quevedo, o el de Baltasar Gracián, que nos ofrece consejos que tienen que ver con la necesidad de ser más pragmáticos en según qué situaciones, selectivos y excluyentes a la hora de elegir nuestros amigos, hacer de la conversación un arte para manejar y conseguir lo que sea de los demás, aprender a controlar los excesos en las pasiones (no perder los papeles, vaya), contar con buenos colaboradores para lograr nuestros propósitos, saber hacerse el sordo ante las provocaciones o a quién nos contradice, "actuar siempre como si no nos vieran", intentando siempre no llamar nunca la atención, etc. 

Los sueños de Quevedo.

Quevedo, que tenía en carne viva la capacidad para la invectiva y la acidez, para el escarnio y la crítica, igual que algunos periodistas de la actualidad,  describió en sus “Sueños” la más descarnada denuncia de la sociedad española actual.  Sueños, en fin, que son un espejo en el que se refleja la realidad deformada del siglo XVII y también la nuestra  del XXI.  Además de retratar la corrupción moral, “Sueños” desentraña el sentido profundo que del amor tenía Quevedo y que solo cede ante San Juan de la Cruz. El soneto de los oxímorones profundos -”es hielo abrasador, es fuego helado, es herida que duele y no se siente, es un soñado bien, un mal presente, es un breve descanso muy cansado”- se cierra con el Amor constante después de la muerte, cima indiscutida de la poesía en lengua española donde el autor de El Buscón comparte calidad con Pablo Neruda, Rubén Darío o Federico García Lorca. Y luego, la denuncia frontal de la dictadura: “No he de callar por más que con el dedo ya tocando la boca o ya la frente, silencio avises o amenaces miedo. ¿No ha de haber un espíritu valiente? ¿Siempre se ha de sentir lo que se dice? ¿Nunca se ha de decir lo que se siente?”. Todos acompañan a este Quevedo crepuscular, que murió en un convento dominico de Villanueva de los Infantes en 1645, arrastrando amarguras y frustraciones, afrentas y exilios, pero dejando también un ejemplo intemporal: "El de la dignidad en un país inundado por la indignidad y la podredumbre moral. Quevedo sigue siendo nuestro antídoto”.

 

España cainita.

De nuevo se cierne la sombra de Caín sobre este pueblo cainita que tuvo en León Felipe su mejor analista poético.  Estamos otra vez en otra, o casi. Nadie aprende: si Felipe González acaba de expresar su preocupación de 40 años por la cuestión catalana, a todos sus sucesores también les ha inquietado, desde José María Aznar  que hablaba catalán con Pujol en la intimidad, hasta José Luis Rodríguez Zapatero  que prometió demasiado para después no hacer nada y el hoy presidente, Mariano Rajoy, tan inactivo también respecto a un problema que afecta a los catalanes, pero también al resto de los pueblos de España. ¿Oses que los extremeños, murcianos, castellano, valencianos, baleares, cántabros, gallegos,  canarios o andaluces no exigen lo suyo?  Quizá temían, en su preocupación, la deslealtad de Cataluña que ya denunciaba Manuel Azaña, el más decente, culto y quizás inteligente de los presidentes; así le fue, lo brearon por todas partes. Todo resultahoy, además de catastrófico, torpe, estragado, falaz y casi tragicómico.

El el poema “Por tierras de España”, Antonio Machado construye con solidez una idea que le acompañará durante mucho tiempo: el cainismo español, la visión de la historia de España como un conflicto permanente, la historia de España como guerra civil sempiterna para la que trae a su poesía el pasaje bíblico entre Caín y Abel. Machado supo hallar la imagen para una certeza: “Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta/no fue por estos campos el bíblico jardín/ son tierras para el águila, un trozo de planeta/ por donde cruza, errante, la sombra de Caín.”

El gran cantor de Castilla vuelve a hablar de las dos Españas, una  parte ya del pasado y una nueva, que aún no ha sido.  En el poema  “Del pasado efímero”: “De aquella España que pasó y no ha sido,/esa que hoy  tiene la cabeza cana”.  “Esa España inferior que ora y que bosteza/más otra España que nace la España del cincel y de la maza/Una España implacable y redentora,/ España que alborea con un hacha en la mano vengadora,/ España de la rabia y de la idea”.   También lo hace Machado en los “Proverbios y Cantares”: “Hay una España que quiere/ vivir y a vivir empieza, /entre una España que muere/ y otra que bosteza”.  Insiste en este tema del cainismo, que hace que las personas con distintas ideologías tan radicalizadas no puedan dialogar e intercambiar ideas, negociar y llegar a consensos, buscando  más lo que nos une que los que nos diferencia, sin perder nuestra esencia. 

Me viene a las mientes particularmente la estrofa del gaucho Martin Fierro, del argentino José Hernández: “Los hermanos sean unidos/ porque esa es la ley primera/ tengan unión verdadera/ en cualquier tiempo que sea / porque si pelean entre ellos/ los devoran los de ajuera”.  “Españolito que vienes al mundo te guarde Dios: una de las dos Españas ha de helarte el corazón”, insiste el gran Machado. A veces, incluso te atacan las dos.

Del poeta catalán Joaquín María Bartrina se hizo célebre y proverbial la moraleja de su poema Fabulita: "Si quieres ser feliz, como me dices, / no analices, muchacho, no analices". También se le conoce como el autor de esta estrofa, que es una referencia clara al denominado cainismo español: “Oyendo hablar un hombre, fácil es/saber dónde vio la luz del sol/Si alaba Inglaterra, será inglés/Si os habla mal de Prusia, es un francés/y si habla mal de España... es español”.

La esencia de lo español

Ser español es a menudo muy intenso, y le entran a uno ganas de pasar la Raia o cruzar los Pirineos, por ser un momento hermano luso o vecino francés. Quizá España sea un país de simples dualidades: PSOE/PP, El País/El Mundo, Real Madrid/Barcelona, republicanos/nacionales, fachas/rojos. Fernando Aramburu, autor de la novela “Patria”, lo dice bien claro: "Ser español es un azar a menudo desfavorable".

De un tiempo a esta parte, la imagen positiva de que gozaba España entre los demás países europeos se ha resquebrajado. Hoy por hoy el español arquetípico consiste en un espécimen humano que, encabronado hasta las orejas, aporrea en medio de un atasco, de forma compulsiva, el claxon de su coche. Reflexiona Aramburu: "No recuerdo haber solicitado nacer español, pero reconozco que hay cosas peores. Las hay también mejores y el hecho fácilmente verificable de que haya escasa o ninguna voluntad de aprender de ellas es lo que duele. No considero a España un problema metafísico. Basta permanecer diez minutos en una de sus calles para comprobar que el país alberga más ruido que esencias”.

Se dice que los españoles duermen poco. La hipótesis parece plausible, a menos que sean connaturales en ellos la impaciencia, el mal humor y las ojeras. Hoy por hoy el español arquetípico consiste en un espécimen humano que, encabronado hasta las orejas, aporrea en medio de un atasco, de forma compulsiva, el claxon de su coche. El caso es no pertenecer a una élite. No incurrir en el lenguaje refinado, en las maneras sensuales y delicadas, en el cultivo de la elegancia irónica. Menos mal que andamos sobrados de antídotos: las palabrotas, el tuteo agresivo, tus muertos y otros fangos léxicos que eximen al usuario del trabajoso, del inútil empeño de desembalar la perspicacia. No hay más que encender el televisor para darse cuenta de la baja calidad humana que se fomenta y se estila en el país.

El español actual es inconcebible sin su móvil pegado a la oreja, hablando con desatada indiscreción y abundancia de errores gramaticales en los vagones de los trenes, en los consultorios médicos o dondequiera que le suene el chisme. El español residente en el extranjero no está libre de los salpicones de decadencia asociada actualmente al nombre de España; antes al contrario, lo propio es que a uno lo juzguen conforme al mayor o menor prestigio de su lugar de origen.  De un tiempo a esta parte, la imagen positiva de que gozaba España entre los demás países europeos se ha resquebrajado. La admiración general adoptaba formas múltiples. No era extraño encontrar autores españoles en los escaparates de las librerías, música y cine españoles despertaban un respeto sin paliativos. Hoy España sólo suscita noticias funestas y ocupa de costumbre (datos económicos, desempleo, informe PISA, deportistas dopados, piratas informáticos) los puestos deshonrosos de las estadísticas. La pérdida de encanto es rotunda y los ciudadanos europeos prefieren cada vez más dirigir su interés hacia otros focos creativos.

Estos estigmas fueron reflejados en la obra de teatro de Ramón del Valle – Inclán.  “España se va a la mierda”. Y no me sorprende, porque es un problema que venimos arrastrando desde hace mucho tiempo. España es un Titanic que sabe que se va a chocar contra un iceberg desde que partió hace más de 200 años. Del imperio en el que nunca se ponía el sol sólo queda la sombra deforme de una sociedad. Una sociedad decadente que no da importancia alguna a la cultura y a los valores. Y como los españoles no aprendemos nunca, siguen vigentes en la sociedad española del siglo XXI. Temas como la corrupción, la incultura de algunas clases que sólo se preocupan de lo superficial del arte, la pérdida de la humanidad, volviéndonos cada vez más materialistas o la poca importancia que se le dan a los sucesos trágicos, buscando culpables en vez de soluciones, discutiendo en vez de mantenerse unidos, se siguen dando (tristemente) en la actualidad. Porque, al final, “España es un esperpento”, sic Valle-Inclán. Es la deformación de la sociedad occidental. Nuestra cultura y tradición chocan fuertemente con la nación moderna que pretendemos ser. 

La buena gente 

“Sin buena gente, España ya no existiría. Lo que me temo es que a la buena gente se le han ido las ganas de serlo”, dice Valentí Puig en su libro 'Fatiga y descuido de España'. Hay que partir de una base sólida. Dado que la virtud genera confianza y es autoestima, hay que relanzar las virtudes públicas: fomentar la ejemplaridad, cultivar el deseo de la obra bien hecha y rechazar sin paliativos el culto a la trivialidad: “Pasamos horas empapándonos de programas de televisión cuyo éxito consiste en multiplicar lo peor de nosotros mismos”. Y sobre todo, es capital robustecer la idea de persona y la conciencia individual.

España, asegura el escritor mallorquín, no es una nación de pícaros y de falsificadores de facturas. No todo va mal y de lo que se trata es que vaya bien lo que va muy mal. Él ve la España de siempre, “improvisada y generosa, solidaria cuando se producen desastres naturales o grandes desgracias públicas”. Aunque nada esté escrito de antemano, hay gente que se dedica por sistema a hacer perder toda esperanza. Algunos exhiben su ignorancia con raro placer al descalificar nuestras posibilidades –que son las suyas– mientras que otros escarban neuróticamente en cualquier cosa que les permita arrojar ponzoña sobre ‘lo español’, sabedores de contar para ello con una amplia y potente cobertura. Valentí Puig propone que cada vez que alguien diga que España es un país bananero se le haga explicar por qué. Y apostilla: “Quien lo dice seguramente no sabe ni lo que es un país bananero, ni una democracia avanzada”.

Este Puig tiene, no obstante, una certeza: España irá adelante si es moderada, y saldrá perdiendo si es extrema Es inaplazable un sólido pacto para la educación, siempre en consenso y desde la buena fe; todos ceden y todos ganan. Urge combatir las crecientes desigualdades y tener en el horizonte una nación de ciudadanos ilustrados, el espacio común donde convivir. “O somos ciudadanos de una sociedad libre o súbditos de una mafia oligárquica”, sentencia con pleno acierto el escritor.

Y recuerda todavía incalculables las dimensiones del fraude histórico que supone Jordi Pujol: “Un caso de metástasis devastadora, secundado por su dinastía”. La corrupción siempre invita a la mimesis de la rapiña.  Me ciño a este mensaje en especial: partiendo de un auténtico afán de verdad y del respeto a “la existencia de los argumentos del otro”, hay que hacerse con ideas que permitan soluciones razonables y sensatas, no frenadas por el sesgo de las ideologías. Y, no se olvide, es capital robustecer la idea de persona en todas nuestras decisiones.

Porque, como diría don Antonio Machado: “El hoy es malo, pero el mañana es nuestro”. 

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